Mujeres rurales: trabajo, cuidado y lucha por la tierra
Las mujeres rurales son trabajadoras incansables que, además de cultivar y cuidar la tierra, luchan por sus derechos en un contexto de desigualdad y falta de propiedad.
Por: Milena Trujillo Loaiza
La tierra: ¿Qué se nos viene a la mente cuando leemos esta palabra? Pueden ser muchas cosas, lo cierto es que, para el campesinado colombiano, y en especial, para las mujeres rurales, la tierra es la lucha, la bandera y el sueño colectivo.
Hablar sobre mujeres rurales en Colombia es hablar justamente de las personas que se relacionan cotidianamente con la tierra, es hablar de quienes la trabajan.
Para escribir este artículo, hablamos con tres mujeres pertenecientes a la Asociación Campesina de Risaralda, Caldas, Quindío y Norte del Valle – Asocri Eje -, tres mujeres rurales, trabajadoras del campo, lideresas sociales por la tierra en Colombia: Lina Marcela Jiménez Ramírez, Claudia María Molina y Martha Lucía Torifa Murillo.
Ellas siembran, cultivan y cosechan la tierra
“Cuando vendemos en el mercado campesino, se ofrece es nuestro trabajo, lo que sembramos, y es el trabajo de nosotras”. Así lo narra Marcela, lideresa de la vereda La Esperanza y presidenta de Asocri en Belén de Umbría, Risaralda.
La relación con el trabajo de la tierra varía mucho entre mujeres rurales, incluso si son del mismo territorio y asociación. Sin embargo, en la actualidad el común denominador se evidencia en: más trabajo, menos ingresos, y carencia de tierra propia.
Como lo conversamos con Martha, histórica lideresa sindical y agraria en Risaralda, “hay que ir donde el empleador, se cosecha, se recoge café, es bastante significativa la participación de las mujeres en esa recolección; plátano, yuca… Se sale a las 5 o 5:30 de la tarde, se trabaja al sol y al agua, que si está haciendo sol o lloviendo, sígale mija… Y al otro día la misma cosa… E ir a la casa a seguir”. All llegar a casa tienen que continuar con las labores del hogar, lo que las hace doblemente explotadas pues es un trabajo de cuidados que no se reconoce. Algunas tienen sus propios cultivos, su huerta casera.
El hecho de que la mayoría del campesinado colombiano no sea propietario de la tierra que habita, principalmente las mujeres, obliga a que las condiciones para trabajadoras del campo sean particularmente precarizadas y extenuantes.
“Usted sabe que los hombres se dedican a lo mismo, pero ellos ya tienen quién les compra. Nosotras trabajamos con las huertas, y lo vendemos en el mercado campesino… Los esposos se dedican a cultivar lo mismo que nosotras; tenemos matas de café y de plátano, igual que los esposos, pero las mujeres tienen también gallinas, pepino, cilantro, cerdo, cosas a las que ellos no se dedican porque se dedican a la producción grande. Las mujeres tienen menos matas, menos producción, y la venden en el mercado campesino, mientras ellos tienen contrato con gente que se les lleva toda la producción”, complementa Marcela.
La brecha de ingresos entre hombres y mujeres campesinas sigue siendo un inmenso problema que repercute en su falta de autonomía y en un empobrecimiento progresivo de su economía. En Colombia, según el informe “Mujeres y hombres: brechas de género en Colombia” el 52% de las mujeres rurales no tiene ingresos propios, en comparación con el 12% de los hombres.
Esta menor cantidad de ingresos para las mujeres rurales no podría entenderse como menor cantidad de trabajo, aquí aplicaría una falla en la regla “igual trabajo, igual ingresos”.
Al tratarse de un trabajo directo con la tierra, la búsqueda del sustento suele expandirse a tierras de grandes propietarios o en manos del gran capital, a fincas de monocultivos, a la industria agraria de la zona, o a trabajos en la ciudad. A ello se le suma el trabajo con los cultivos que se logren tener en casa, que en ocasiones son para el propio sustento y en otras para comercializar pequeñas producciones o emprendimientos; además del trabajo de cuidados no remunerado que principalmente es realizado por mujeres.
“Igual trabajo, pero salarios diferentes. A veces a las mujeres les pagan más poquito… A veces trabajan las esposas y los hijos, pero no le pagan sino al señor… Es muy escaso encontrar a un empleador que reconozca que la mujer trabaja”, continúa Martha.
La situación de la protección social también es alarmante. Al no estar contratadas, en su mayoría, no cuentan con acceso a salud, y mucho menos a pensión. Según la nota estadística del DANE, “Situación de las mujeres rurales en Colombia, segunda edición”, el 64% de hogares con jefatura femenina en el campo corresponde a mujeres solteras, y alrededor del 30% se encuentran en situación de pobreza multidimensional. Como complemento, los hogares a cargo de mujeres suelen tener una mayor prevalencia de inseguridad alimentaria, siendo alrededor de 30%, mientras que alrededor del 25% de los hogares a cargo de hombres están en esta situación.
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Ellas cuidan la tierra
Trabajar la tierra para las mujeres sindicalistas agrarias ya de por sí es cuidarla. Lejos de concepciones de explotación, extractivismo o acumulación, el proceso de arar, labrar, sembrar, cultivar, cosechar, significa para ellas un proyecto de cuidado de la vida. En este sentido, la relación con la tierra es para ellas una cuestión amplia e integral.
“Mi día empieza a las 6am, hago los quehaceres, luego a despachar el esposo para el trabajo, el niño para la escuela. De ahí me dedico a hacer las labores de la comunidad, los represento en alguna reunión, o si hay algún problema en la comunidad me voy a apoyar, me voy a colaborarle a las profes del colegio de mi hijo, me voy a ayudarle a las mamás gestantes”, dice Marcela.
En una lógica similar, Claudia, Secretaria de Asocri en Marsella, Risaralda, y representante de las mujeres fensuagristas del Eje Cafetero, (Integrantes de Fensuagro, Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria) nos cuenta: “me gusta mucho ayudar, defiendo mucho a los campesinos, me duelen mucho las injusticias”.
Este entramado de cuidado de la tierra pasa por sus hijos, su familia, y se extiende a la comunidad. Para Martha, por su parte, cuidar la tierra tiene sus raíces en su trabajo como sindicalista de los sectores de la salud y la educación en Risaralda, llegando después a liderar el Sindicato de Pequeños Productores Agrícolas de Risaralda, hoy Asocri. Justo en un momento difícil para la organización popular en Colombia en términos políticos y de seguridad, ella asume la reactivación de la organización y se pone al frente.
En este sentido, cuidar la tierra es labrarla como territorio de paz: “No queremos que la conflictividad se siga desarrollando. La tierra es la que ha estado en el centro del conflicto, y lo que nosotras queremos es una redistribución justa de la tierra”, complementa Martha.
Cuidar la tierra, entonces, significa reconocerla, quererla, labrarla para los hijos y próximas generaciones. Alejarla de la guerra, destinarla al sustento de la vida, y a la vida misma.
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Las mujeres rurales luchan por la tierra
Marcela, Claudia y Martha son madres, lideresas populares, mujeres admirables. Marcela está estudiando en el Sena para hacer confitería con productos del campo, y también estudia formulación de proyectos en la UTP para desarrollar un programa de siembra de huertas con niños de la vereda La Esperanza. Claudia, de madre y padre campesinos, trabaja media jornada en un almacén de calzado en la ciudad, es emprendedora, estudia paneles solares en el Sena, y también se está formando para un proceso de hortalizas y usos del suelo. Martha, por su parte, es una de las fundadoras de la Central Unitaria de Trabajadores – CUT – en Pereira y el Eje Cafetero, sus amigos la describen como “el espíritu y la historia de Asocri” y ha sido una trabajadora incansable por los derechos y el bienestar de la gente, juntando varias generaciones de lucha en Risaralda.
Siendo diversas, son mujeres hijas de nuestros pueblos que tienen como motor colectivo la lucha por la tierra.
“Ninguno podemos decir que tenemos tierra, ninguno de la asociación en Marsella tiene tierra. Para Marsella salimos 39 preadjudicatarios, de los cuales de Asocri habemos 13 esperando que nos entreguen la tierra y seguir luchando por los demás campesinos, queremos la igualdad para los campesinos, que somos el eje central de la seguridad alimentaria. Tierra para quien la trabaja: esa es nuestra lucha, es nuestro sueño, que se nos otorgue la tierra”, dice Claudia, una lideresa orgullosa de su rol como dirigente. “Venimos luchando por la tenencia de la tierra, para nosotras como mujeres, para los hombres. Porque de ahí depende tener nuestra alimentación, nuestra familia, un techo para que los hijos tengan donde llegar”, concluye.
Marcela agrega: “Luchamos por la reforma agraria para poder obtener tierra… La verdad es que la mayoría no tienen tierra, se las alquilan o buscan que alguien les ceda un espacio, pero nosotras no tenemos tierra. Estamos en una lucha por la igualdad y los derechos como trabajadoras del campo; porque las mujeres tengan un sustento económico, que devenguen un salario, que se reconozca ese trabajo de cuidar la finca, de dar sustento, de asegurar la soberanía alimentaria en nuestros hogares y en el territorio”.
Por último, y casi como si le hubiéramos pedido una conclusión en forma de poesía, Claudia cierra diciendo: “Usted levantarse en el campo, escuchar a los pájaros, a los animales, el runrún de un río, vivir en el campo no tiene precio. En el campo somos libres. Luchamos por la vida y la libertad”.
La lucha es por la tierra. La lucha es por la vida y la libertad.
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