Economia del cuidado Voces por el Trabajo 1

De reformas y derechos: transformaciones culturales necesarias para la construcción de una sociedad que cuida

Por Francis Corrales

Este texto es el segundo capítulo del informe, “El trabajo tiene rostro de mujer: análisis y debates pendientes sobre las condiciones laborales con perspectiva de género en Colombia”. El documento fue presentado por la Corporación Voces por el Trabajo. Al final de esta publicación pueden leerlo y descargarlo completo. 

Pensar en cambios sugiere pensar en transformar la cultura y, para este caso, transformar el diseño cultural que se ha trazado sobre el cuidado. Partamos por señalar que la sociedad, no cuida, las que cuidan son las mujeres y así ha sido por un prolongado tiempo en la historia. Sí bien es cierto, cada vez más, los hombres asumen labores de cuidado, no es una práctica común, ni en las labores remuneradas ni en las no remuneradas. La desproporción es alta y, por ello, es importante señalar que en Colombia por cada 9 mujeres, 1 hombre ejerce las labores del cuidado remunerado. 

En cuanto al cuidado no remunerado, la brecha también es alta. De acuerdo con datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, (DANE), la población que realiza labores de cuidados directos se compone de 14.4% de los hombres y 29% de las mujeres de 10 años o más; pero ellas, según observa el Dane, realizan tres cuartas partes del trabajo no remunerado de cuidados (76.2%) (Dane 2020). En consonancia con esto, consideremos que, las mujeres permanecen más tiempo en el hogar y, tienen menos participación activa como fuerza laboral. Según datos del Dane, en 2022 las mujeres en edad de trabajar eran 20,3 millones y, solo 9 millones de ellas se encontraban trabajando. En este sentido, podemos observar que, hay más mujeres cuidando y menos trabajando. 

Los datos permiten observar un sesgo en contra de las mujeres, ya que, tal como lo señala la Comisión Económica para América Latina y el Caribe,  Cepal (2011) y, como lo vienen reivindicando el movimiento feminista, esta es una clara muestra de que las mujeres están ocupando el rol que le ha sido asignado por la sociedad, procurado por la división sexual del trabajo y, respondiendo a unos patrones culturales que señala el ideal de ser de acuerdo al sexo, edad, estado civil, situación en el empleo y a las relaciones sociales imperantes.

Uno de los roles con los cuales las mujeres son reconocidas en la sociedad es su condición de madre, es decir por la reproductividad y, aunque romantizada y sobredimensionada, no es más que un artilugio que mantiene la preconcepción de que el cuidado es connatural a ellas. Para Muñoz (2015), las mujeres tienen una doble afectación en el cumplimiento de las labores del cuidado si es que combinan las labores remuneradas con las no remuneradas -en su propio hogar-, teniendo en cuenta que, en el mercado laboral su fuerza laboral es subvalorada y, en los hogares propios, poco reconocidos. 

La economía feminista se la ha jugado por el reconocimiento de las labores de cuidado, en especial de las labores no remuneradas y tal como lo señala Carrasco, se ha ganado reconocimiento de las labores de las mujeres en el pensamiento económico clásico ya que se reconoce la importancia social de las actividades del cuidado y, a la vez que les reconoce un rol como trabajadoras productivas, sin embargo, aún se les niega valor económico y se sostiene en los roles de madres y esposas.  

Vea aquí el video de la presentación del informe:

1. La representación del cuidado, una construcción cultural

Con la Ley 1413 de 2010 en Colombia se han generado expresiones que amplían los discursos alrededor de la integración de las mujeres al mundo laboral, a la vez que, estos discursos, desde una perspectiva compleja, tejen otras miradas más allá de las relaciones hombres–mujeres, producción-reproducción, sociedad-familia. Estas duplas se habrían estandarizado a lo largo del proceso de modernización, como una suerte de orden común, ideal y perfecto derivadas de la individualización de las relaciones, según señala Beck (2001) en contraposición a los vínculos tradicionales, prometían la libertad de la ciudadanía. Esta ciudadanía es principalmente hombre y con un nivel socioeconómico favorable, quien tiene a su lado una mujer sumisa. 

Las sociedades tradicionales premodernas heredaron a la modernidad la función central de la familia, de ella la importancia de familia nuclear y, con ello, el cuidado del ejército de reserva para la producción o, como lo llama Federichi (2018), de los nuevos «ganadores del pan». No es casual que, el ideal de desarrollo, que nos llega de la publicidad norteamericana de los años 50 es el de las mujeres en el hogar, al cuidado de su familia, con lindas casas dotadas de tecnologías para limpiar, cocinar, entre otras, ya que, “el único sueño viable era el de ser la ama de casa perfecta y cualquier otra meta era frívola y absurda” (Canelon, 2018). En este sentido, la concentración de las responsabilidades en los hogares romantizó la mujer cuidadora, la publicidad reafirmó el estereotipo de, mujer igual a cuidado, tanto así, que para la sociedad era extraño que las mujeres trabajaran y, sí lo hacían, sus cargos no eran de poder, así que, las representaciones de las mujeres trabajadoras en la publicidad, eran de secretarias. 

Estas representaciones reforzaron la idea de familia nuclear madre, padre hijos/as que nos alejaba de las sociedades tradicionales con la promesa de que cada individuo se proporcionara lo necesario para su propio bienestar, aspecto que permitía alcanzar el estándar que la sociedad capitalista estaba prefigurando. Lo significativo era que, para la evolución de la sociedad moderna,  la economía no se ocupó del cuidado, es decir, el cuidado no existe para las teorías económicas ortodoxas, según expone Petit (2019) “…en la teoría económica estándar, aparentemente, uno no se preocupa por el otro”. El estándar de sociedad es fundamentalmente racional y “La benevolencia queda excluida, el universo sentimental está prohibido, el altruismo (puro) es rarísimo, la vulnerabilidad está desacreditada, la indiferencia es preconizada” (Petit: 2019; 15). 

La diferencia entre las sociedades tradicionales y las modernas, es que, las primeras, colectivizaban los riesgos de la existencia mediante los vínculos comunitarios, (aún lo hacen algunas de ellas, como judíos, menonitas, afro e indígenas, entre otros, que responden a algunos aspectos del cuidado como algo común). Mientras las segundas, los individualiza y la responsabilidad es de cada individuo sobre sí mismos y, no hacia los demás, así, en la comunidad política y moderna, el Estado aparece como regulador y no como agente activo, pues más bien reduce, cada vez más, su responsabilidad. Mientras la economía capitaliza y valora el hombre que se interesa por él mismo -porque es una sociedad de hombres y, para hombres-, alimentado por deseos egocéntricos, al que solo le importan las consecuencias de sus actos y, coloca la racionalidad por encima de todo (Petit: 2019; 15).

No obstante, la sociedad se modernizó con la estetización de los estereotipos femeninos que se forjaron en las sociedades tradicionales pero que se individualizaron y se llevaron a la intimidad. La promesa de libertad de la sociedad deriva en una de las tantas paradojas existentes, le dejó el espacio público a los hombres y encerró en sus casas, a las mujeres. Todos los asuntos asociados a las mujeres y sus responsabilidades se quedan en la casa y no tiene un valor económico. Dicho de otra forma, se intervino las representaciones de ser mujer conservando las lógicas de subordinación y definiendo, desde la disposición de los cuerpos, hasta la asignación de roles, aspectos que, mientras vendían la idea de libertad asociada al consumo y a la familia nuclear, progresivamente, se constituyó en el ideal de mujer. 

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2. Los cuidados ¿un bien común?

La mirada sobre el cuidado ha sido distante y poco significativa para el capitalismo y, en general no valorado en la economía, sin embargo, la historia nos muestra que el cuidado no siempre fue íntimo, individualizado y subvalorado y que han existido prácticas de cuidado invisibilizadas que, quizá nos pueden dar pistas para imaginar qué hacer con el cuidado. En las teorías del cuidado podemos apreciar que un conjunto de personas puede ser “responsables partícipes en redes de ayuda mutua y sensibles al bienestar colectivo” (Petit: 2019; 17).

Las experiencias de algunas comunidades nos permiten observar prácticas del cuidado que, aunque limitadas, se ocupan de las relaciones más allá de lo racional e interesado del sistema capitalista. En 2018, la Organización de Estados Iberoamericanos, (OEI), con el Ministerio de Educación de Colombia, mediante la cartilla familia y comunidad, resaltaron la conservación de las prácticas colectivas del cuidado a la infancia en las comunidades de grupos étnicos como una apuesta, de estas, por el crecer bien y, señalan “… desde la gestación, se promueve el crecer bien como proceso relacionado con crecer de la manera ideal según la cultura, estando bien alimentado, bien cuidado, bien querido y con los valores y saberes de la comunidad o pueblo al que se pertenece”

La experiencia de las comunidades de grupos étnicos que conservan la participación en los procesos de cuidado, al menos, lo que corresponden a la infancia, se puede resaltar como una buena práctica. Los cuidados comunitarios son parte de la cohesión y la posibilidad de sostener los vínculos sociales, el diálogo intergeneracional y los intercambios entre las diversas manifestaciones del género, así como la preservación de ciertas expresiones culturales significativas. Si consideramos que los cuidados son responsabilidad moral de todos, las posibilidades de preservar la vida aumentan, los vínculos se afianzan, la vida se renueva “desde una perspectiva diferente pero no excluyente, es posible el desarrollo de las niñas y los niños desde su gestación a través del amor y el afecto y, por supuesto, en la vivencia de experiencias en las que disfrutan del juego, las expresiones artísticas, la oralidad, la literatura y la exploración del medio en la vida cotidiana” .

No obstante, los cambios que se requieren para transformar el lugar del cuidado en la sociedad moderno no se resuelven con una mirada nostálgica de la tradición, es importante señalar que estas son comunidades o colectividades ancestrales que enfrentan retos de largo alcances como las múltiples violencias y, algunos otros, relacionados con las condiciones de pobreza, precariedad y desigualdad y que, conservan el autoritarismo sobre los, ahora, cuerpos individualizados. No obstante, hay que reconocer que, para estas comunidades, el sujeto del cuidado es la infancia, mientras para las sociedades modernas, luego de llevar el cuidado a la intimidad de los hogares, ha sido objeto de formas continuas de estigmatización y prejuicios.  

Ahora bien, ¿qué hacer para colectivizar el cuidado?, las economistas feministas ya iniciaron el proceso, se trata de encontrar el valor del cuidado y sus aportes a la economía proponiendo la inclusión en las cuentas nacionales, así es que, el Dane (2021) con la encuesta de los usos del tiempo logra establecer que “en 2021, el valor de la producción del Trabajo Doméstico y de Cuidado no Remunerado (TDCNR) en Colombia fue de 462.295 miles de millones de pesos, a precios corrientes. La actividad económica que generó mayor valor de la producción en la economía fue industrias manufactureras, que aportó 470.130 miles de millones de pesos. El valor de la producción del TDCNR en relación con las industrias manufactureras fue inferior en 7.835 miles de millones de pesos”. Como se puede observar, el aporte de cuidado es casi similar al aporte que hace la industria manufacturera. Así las cosas, el valor del aporte de  quienes desempeñan labores de cuidado no remunerado facilitan, a quienes tienen labores remuneradas, cumplir su función.

Ahora bien, como la cultura se ha empeñado en que el cuidado no tiene valor y que, la no producción directa de dinero le resta valor, el cambio implica una estrategia de humanización de la economía, tal como lo plantea Pettit (2019) y, con ello, hacer de los cuidados bienes comunes. En este sentido, la racionalidad económica ortodoxa que ha individualizado la sociedad y sus roles, requerirá poner en juego el bien individual y el bien común que controvierte la idea de que los seres humanos tiene cálculos racionales, egocéntricos y particulares donde solo les interesa maximizar los beneficios; Omstron ya avanzó en esta contraposición discutiendo la teoría de la tragedia de los comunes en el que postula que la actuación individual y egoísta termina por destruir los recursos escasos, esto referido a los recursos naturales. Ahora bien, ¿por qué hablar de los bienes comunes en función del cuidado?

El cuidado es un bien escaso y limitado solo a una parte de la población, mientras se le niega su función en la sociedad y beneficia a unas vidas, generalmente hombres, en detrimento de otras vidas, generalmente mujeres. Para Zamagni (), pensar en el bien común tiene dos enemigos: por un lado quienes evaden su contribución y no aportan a sostener su financiación y, por el otro, el altruismo extremo asumido por quien se niega a sí mismo valor para dar ventaja a los demás. Este es el caso del cuidado, pensemos que quién se niega a sostenerlo es quien lo invisibiliza y los subvalora, eso es lo que hacen hombres y mujeres que se benefician del cuidado, pero lo desprecian; en cuanto al altruismo extremo, tenemos que señalar que, la lógica de romantización del cuidado ha hecho que miles de mujeres asuman el cuidado como una responsabilidad, por amor. 

Se debería hacer un giro en la racionalidad económica, como los planteados por las feministas, que ponen la vida por encima del capital, y para ello el cuidado es central. En este sentido, Zamagni propone que un amigo del bien común es el principio de reciprocidad. Según señala, aquel de quien pone en práctica el principio de reciprocidad resuena así: “te doy o hago algo para que tú puedas a tu vez dar o hacer algo, en proporción a tus capacidades, a una tercera persona, o si es del caso, a mí”. De acuerdo con el autor, con el principio de reciprocidad se entiende que la gestión eficaz y equitativa de los bienes comunes no se resuelven en lo privado o en lo totalmente público, más bien es una gestión de tipo comunitario. 

De acuerdo con esto, el autor sugiere que, “la propuesta de los bienes comunes se resume en poner a trabajar las energías, que hay y son enormes, de la sociedad civil organizada para inventarse formas inéditas de gestión comunitaria”. Esto puede significar entregar al colectivo la organización de la vida, es decir, la organización de cuidado y, tal vez, logremos la congruencia entre eso que ofrece el cuidado que es la reproducción y la producción. Es decir, si la sociedad en su complejidad da este giro, limitando los alcances del bien individual y procurando cuidar el bien de todos, como la organización de la vida y los sistemas de producción y reproducción, estaremos más cerca de sociedades igualitarias.

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3. El cuidado y los derechos, un impulso a las transformaciones 

Pensar en el cuidado como bien común sugiere una arquitectura social renovada, las teorías feministas han liderado estas iniciativas con discusiones importantes que han avanzado en evidenciar cómo el poder patriarcal, que homogeniza y subvalora el ser mujer, no es una idea monolítica e inamovible y, han evidenciado que, pese a lo lento que han sido los grandes cambios en la sociedad, estos se pueden lograr con la confluencia de múltiples factores donde intervienen la producción de conocimiento, la evidencia de la experiencia y los cambios en las representaciones del ser mujer. No obstante, aún hay caminos por recorrer, en especial en el mundo laboral. Según se puede observar, el reconocimiento de los derechos diferenciados para las mujeres en el mundo laboral siguen generando controversias mientras se reproduce la idea de que, la experiencia vital de la humanidad, sigue siendo el lugar del trabajo.

Estas controversias se observan con respecto a la Reforma Laboral en Colombia que, desde una perspectiva progresista, promueve la formalización y el cierre de brechas entre hombres y mujeres teniendo como novedad la formalización de trabajos que históricamente han sido feminizados como el trabajo doméstico y el trabajo rural y, otras propuestas que, intentan mitigar los efectos de la doble presencia de la mujer en el mundo laboral como cuidadoras y como trabajadoras que son condicionantes y desventajas frente a los hombres. Si bien, las propuestas allí incluidas son una justa aplicación del derecho a un trabajo digno y decente según las recomendaciones de la OIT, la OCDE y las disposiciones de la Constitución de 1991, los relatos en contra de la reforma no se han hecho esperar. 

Propuestas como la licencia menstrual, la licencia de mujeres con hijos, la ampliación de la licencia parental y las jornadas flexibles para personas cuidadoras, todas ellas asociadas a los cuidados, han generado discusiones en torno a los costos de la contratación, la posibilidad de exclusión de las mujeres para ocupar puestos de trabajo, así como limitar el ascenso laboral y, otras discusiones que no presentan alternativas. Pensado así, esto solo puede derivar en sostener las desventajas de las mujeres frente a los hombres en su incorporación al mundo laboral y, pone en riesgo el futuro del trabajo. 

Es importante considerar que las mujeres tienen condiciones diferenciales por maternar y por menstruar, esta última, con un efecto en la salud ya que puede producir dolor incapacitante, en algunos casos. Sin embargo, los avances de la sociedad en materia de producción, tecnología y organización social deberían considerar, de manera más decidida, cambios en las lógicas historias de la economía y sus sistemas de producción que respondan a los retos de la humanidad en sus diferencias; los hombres y las mujeres son productivos, pero no cuentan con las mismas oportunidades ni disposiciones biológicas y, el sistema existente no lo considera. No se puede seguir pensando que, las mujeres con la representación moderna que de ellas se ha hecho, se adapten al sistema, más bien, hay que cambiar el sistema. Ya no es posible pensar el mundo laboral solo referido a los hombres; las dinámicas del cambio y las demandas futuras del mundo del trabajo no se resuelven con la estructura y características del mundo laboral actual. 

En este sentido, el cuidado es central, ya que, “el cuidado comprende todas las actividades que aseguran la reproducción humana y el sostenimiento de la vida en un entorno adecuado. Ello incluye el resguardo de la dignidad de las personas y la integridad de sus cuerpos, la educación y formación, el apoyo psicológico y emocional, así como el sostenimiento de los vínculos sociales” (CEPAL, 2022), para llegar a esta amplitud del cuidado, hay que avanzar en la inclusión de esta perspectiva en todos los ámbitos de la vida. 

Esto implica, un cambio cultural, y una decisión política y económica que prioricen la sostenibilidad de la vida, más que el capital. De acuerdo con la CEPAL (2022). “Priorizar la sostenibilidad de la vida frente a la acumulación de capital es una precondición para alcanzar el bienestar del conjunto de la población y lograr una recuperación transformadora, con igualdad y sostenibilidad. Entre otras cosas, este objetivo supone superar la injusta organización social de los cuidados, que, en la práctica, deriva en profundas injusticias en lo que se refiere al tiempo y la disponibilidad de recursos y servicios”.

La experiencia de incluir la perspectiva del cuidado a los diferentes ámbitos de la vida lo podemos ver en multinacionales como Nike y Somato que, sin una disposición normativa, de orden gubernamental, han asumido implementar políticas de licencia menstrual

Según la revista Cambio, países como Japón, Taiwán e Indonesia han mejorado la productividad de las mujeres con la licencia menstrual. Uno de los argumentos en contra que exponen es que, una licencia menstrual puede incrementar la brecha de desigualdad en la participación de las mujeres en el mercado laboral. En este sentido, Nike tendría mayor contratación de hombres, no obstante, en un reporte de la revista Fashion (2018), la realidad es otra, pues según afirma Matheson “el total global de empleados de Nike está bien dividido: un 52% son hombres y un 48%, mujeres”. 

En este sentido, ¿qué podría salir mal en las empresas colombianas si es que ya hay experiencias que demuestran efectos favorables?. Las controversias se profundizan en tanto se consideran los costos que se generan al empleador, esto en especial se refiere a las jornadas flexibles, la licencia menstrual y el incremento de la licencia parental. Esta última porque sugiere una ampliación de tiempo considerable al pasar de 6 semanas a 12. En este caso en especial, los empleadores lo consideran contraproducente. 

La OIT y la OCDE, han sugerido licencias paritarias incluso, en varios países OCDE, las licencias son de 18 semanas y/o de carácter flexible, permite que los hombres y las mujeres decidan quién se queda al cuidado de los recién nacidos el tiempo prudente para garantizar un buen desarrollo. Según señala Aino-Kaisa Pekonen, ministra de Asuntos Sociales y Salud de Finlandia, en una entrevista de la BBC “La reforma en la licencia familiar es la inversión del gobierno en el futuro de los niños y el bienestar de las familias”. En este caso, la medida promovida en la reforma laboral en Colombia frente al aumento de la licencia de paternidad resulta conservadora. 

Los países donde se han implementado las licencias paternales, no han visto un considerable incremento de los cuidados por parte de los hombres, según señala la Unicef, porque “pueden pensar que es demasiado arriesgado tomar una licencia o tomarla durante todo el tiempo que la necesitan” (2022, 13).

Casos como Finlandia y España han mostrado que son medidas inclusivas y, sobre todo, que impulsan el desarrollo tanto de hombres como de mujeres. Por ello, su implementación es una oportunidad para que culturalmente se haga un giro y se logre rediseñar la arquitectura social. Es una oportunidad para equiparar la responsabilidad de hombres y mujeres en las primeras etapas de la vida y, facilitar que los hombres asuman un rol de cuidado, en un periodo tan delicado e importante como es la recuperación postparto del cuerpo y mente de las mujeres.  

A principios de 2023, Colombia ratificó el Convenio 156 de 1981, con este se reconoce la necesidad de armonizar la vida familiar con la vida laboral, es un convenio que da un lugar a hombres y mujeres con responsabilidades de cuidado y el país aún no se comprometía con este propósito global. Este es un avance significativo que se ve materializado en la reforma laboral y que permite avanzar en la reducción de esa separación radical entre el trabajo “reproductivo” asociado a la esfera doméstica y el trabajo “productivo”, asociado a la esfera laboral que permite transitar hacia una noción del cuidado como generador de valor social e incluso como un derecho humano y por ende universal. Esta propuesta, de Reforma Laboral, contempla otras dimensiones de la vida e identidad de los trabajadores y trabajadoras, lo que no solo beneficiaría a las mujeres, sino que impactaría positivamente a la sociedad en su conjunto.

Políticas como la flexibilización laboral, la licencia parental y la licencia menstrual indiscutiblemente tiene un impacto en la economía, en especial en la acumulación de capital. Dos retos le generan a la sociedad estos cambios;  por un lado, robustecer o fortalecer el sistema de salud que en últimas tendrá el mayor cargo por los costos de licencias y por otro lado, el segundo reto y es que, esta arquitectura implica una restructuración multiestamentaria que responda a los desafíos de ampliar derechos para el bienestar común. Si bien es cierto, el panorama aún es incierto, estás nuevas formas de la sociedad dependen de las acciones y políticas reales a favor de una sociedad que cuida. 

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4. Conclusiones 

Las mujeres han estado en el centro del cuidado gracias a una construcción histórica de un rol que, en nombre de la libertad, se le otorgó. En este caso, hemos observado que esta sociedad tiene características muy complejas que han priorizado la racionalidad ortodoxa, principalmente económica, que ha apostado por la individuación y en ese caso, por la separación del mundo de lo público y el mundo de lo íntimo, el primero se le otorgó al hombre, el segundo a las mujeres quienes, en un acto altruista extremo, asumieron el cuidado como un acto de amor. 

Según lo expuesto, transformar estas condiciones que forjó la sociedad moderna individualista, homogénea y principalmente masculina, hecha de hombres para hombres, implica reconocer que el cuidado ha estado presente en la sociedad, no de manera individual, por el contrario la perspectiva tradicional ha sido la colectividad, en este sentido, transformar lo que hemos construido como cultura hasta ahora, implica un giro en la arquitectura social y que, quizá en la teoría de los bienes comunes, podremos encontrar algunas claves. 

No obstante, para finalizar, en Colombia se viene promoviendo una reforma laboral, que tiene en la promoción de políticas de cuidado, la clave para avanzar en las importantes transformaciones que se requieren en la cultura; ese giro en la arquitectura social que se ha expuesto en el documento,  requieren la confluencia de empresarios, de hombres y mujeres defensores del cuidado y de un Estado promotor de políticas que priorizan la sostenibilidad de la vida, lo que permitirá avanzar hacia una sociedad que cuida.  

A continuación, puede leer y descargar el informe:

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